En el momento en que me puse una venda blanca y suave sobre los ojos, todo cambió. Mis ojos se cerraron, pero el resto de los sentidos y esa intuición que nos alerta despertaron y tomaron consciencia del poder. Mis oídos comenzaron a ver cada sonido que se propagaba en el aire. Mi nariz absorbió todos los aromas que flotaban a mi alrededor e incluso mucho más allá y mi piel se convirtió en una potente antena parabólica capaz de detectar el más mínimo movimiento a metros de distancia. Sonreí y apreté los puños. El poderío era ostensible, sí, pero al tiempo parecieron aumentar los peligros invisibles.
Di unos pasos hacia atrás y apoyé mi cuerpo contra el árbol. Noté su firmeza, afianzándome. Estiré el brazo izquierdo y con las yemas de los dedos palpé la textura rugosa de su tronco leñoso. Siempre me ha gustado tocar, casi acariciar, la madera. Llevé mi mano derecha sobre mi pecho y me asombró la fuerza con la que latía mi corazón. Por unos instantes no fui capaz de oír nada excepto sus latidos. Respiré profundamente y percibí cómo se pausaban, permitiéndome, de nuevo, ser consciente de todo lo que existía fuera de mí.
Las aves eran las reinas del lugar. Sus sonidos constituían casi un festival y se podían diferenciar las especies. Nunca he sabido muchos nombres de aves, pero sus cantares son claramente distintos. Era impresionante la cantidad de pajarillos que podía escuchar. ¿Había tantos a mi alrededor? No podía verlos, pero, sin duda había cientos.
De repente, otro sonido se coló entre los trinos de los pájaros. Era un castañeteo que suelen hacer las perdices y que hizo que girase la cabeza hacia la izquierda. El sonido estaba a algunos cientos de metros, pero el barranco lo condujo hasta mí y lo oía muy nítido. El arrullo de una paloma y el cacareo de una gallina se hicieron audibles. Ovejas y cabras balando y, aunque no estaba muy cerca del mar, escuché el graznido agudo de una gaviota solitaria, perdida y fuera de su lugar natural.
Intenté concentrarme para escuchar a otros seres con voces mucho más bajitas. Los chirridos de los saltamontes eran pertinaces. Para el tamaño que tienen, estos insectos hacen mucho ruido. Me di cuenta de que, si los pájaros cantaban muy alto, los saltamontes elevaban el volumen de sus chirridos. Curiosos bichos… Parece que les gusta llamar la atención.
Los insectos voladores zumbaban hacia todas las direcciones. Los zumbidos siempre me han irritado, quizás porque he asociado a los insectos voladores con enemigos y es que esos malditos siempre me han picado cada vez que han tenido ocasión. A pesar del temor que les tengo, a ellos o a sus molestas picaduras, intenté relajarme para identificarlos. Mosquitos diminutos, abejas y… ¡Eso es un abejorro! Los abejorros son unos seres hiperactivos y golosos. Ahora que no puedo verlos soy aún más consciente de sus cambios de rumbo y de que no pueden estar quietos. Van y vienen. Vienen y van. Veloces y algo impertinentes. ¿Qué ha sido eso? Algo ha pasado casi rozándome. No lo he oído, pero sí lo he notado cerca de mi frente. ¿Una mariposa, quizás? Dicen que no hacen ninguna clase de ruido, pero su alegre aleteo debe dejar algún rastro; algo así como un cosquilleo de pestañas o un suave soplido en el oído.
Escucho el silbido del viento. Mi cuerpo se distiende y se afloja aún más apoyado sobre el macizo tronco del brachichito. Me gusta oír soplar al viento cuando no está rabioso. Esas delicadas ráfagas que hacen que se muevan las hojas de los árboles o un mechón de mi cabello. Pero el viento no actúa solo. Normalmente viene acompañado de partículas de toda clase. Y de aromas… El viento siempre transporta aromas. Hoy, ahora, me huele a tierra que se empieza a secar y, por momentos, a lavanda. Adoro el aroma a lavanda. Otro airecillo juguetón y algo tibio me acerca otro olor, esta vez más dulzón. Sin duda son las fresias blancas que tengo a mis pies. ¡Son magníficas! Espera, ahora percibo el aroma de la hierbabuena… ¡Y el del tomillo limonero que crece salvaje camino abajo!
Una voz que dice mi nombre me saca del cómodo trance. Las abejas zumban a mi alrededor y hasta siento que tengo alguna en el pelo. De nuevo, mi nombre y la mayoría de los sonidos y aromas se desvanecen. Retiro la venda que cubre mis ojos. Creo que volveré a quedarme con la miel en los labios.
Relato corto original de Laube Leal.
Intenso relato de sentidos.
😉
Muy bonito!! Huele a primavera!!! Besitos, preciosa!
¿A que sí? ¿Lo olías tú también?
Me encanta!!!
Muchas gracias, Carmen. 🙂
He podido sentir, palpar, oler y oír. Muy bonito relato dulce, primaveral.
Quiero poder escribir como tu.
Un beso.
¡Gracias, Eniko!
Si me sigues, anotas las cosas que crees que a ti pueden valerte, las adaptas a tu personalidad y a tu estilo, te dejas llevar sin amarrar mucho la lengua, ni temer hacer el ridículo, ye te digo que podrás escribir como tú quieras. Todo es práctica y lanzarse. Al principio se pasa un poco de vergüenza por el qué dirán, pero, luego, nada te importa salvo dejar que lo que hay dentro fluya.
Un besote y un achuchón
Sensaciones increíbles las que produces con tus relatos Laura. Quizás fuí un juguetón colibrí que casi imperceptible volé junto a ti…
Un beso
¡Me encantan los colibríes, Natalia! Yo nunca he visto uno en vivo y en directo, así que no lo describí en el relato, pero me gustaría que fueses uno y me acompañases en el vuelo.
Muacccccccccccccccccccccc. Muchas gracias, mi niña.
Me ha encantado tu relato,es increible si consigues desconectar incluirte en la naturaleza ., con sus sonidos y olores. Lo describes todo y lo haces transmitir. Bicos
Me ha encantado tu relato,como te has incluido en la naturaleza,has descrito tus sensaciones y lo has transmitido.Consigues que si cierro los ojos pueda sentir lo que estas viviendo. ….bicooos.
Jooo Laura, me maravilla poder leerte. Tu arte es muy grande cuando escribes.
Un relato escrito, con todos los sentidos, me ha encantado.
Muackisssss