Antes de cerrar los ojos.

 

Mi mayor interés desde niño fue descifrar mensajes ocultos, por eso me enrolé en la Marina y pedí entrar en el “Invisible“, el megasubmarino indetectable donde se forma la élite de la Armada y que está siempre en todos los conflictos armados. Pensaba que debía ser genial poder llegar en este gigante metálico a cualquier lugar, hubiera sido invitado o no. Me entusiasmaba la idea de interceptar y desencriptar las estrategias del enemigo. Cómo se deshicieran de él no me concernía. Solo me interesaba el reto. Conseguir desenmarañar lo ininteligible. Los muertos y olvidados en el camino no eran mi responsabilidad.

Cuando pisé el “Invisible“, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Me sentí tan feliz y realizado que no fui capaz de articular palabras cuando mi superior me gritó dos órdenes para que me quitara del paso y me colocase en mi pequeño rincón lleno de pantallas, auriculares y lucecitas. Me sentí pletórico.

Durante días fui de mi pequeño rincón a mi camastro del camarote compartido con otros dos oficiales: un ingeniero eléctrico y otro nuclear. Casi no hablábamos. No tendríamos más de veintitrés años. Éramos jóvenes y habíamos conseguido lo que nos proponíamos. ¿Qué tendríamos que decirnos? Trabajábamos, hacíamos lo que nos indicaban nuestros mandos, comíamos y dormíamos por turnos. Era la panacea para unos recién licenciados.

Hace diecisiete horas estaba haciendo mi turno, pendiente de las pantallas y leyendo los datos que fluían en varias columnas y a diferentes velocidades. A mi lado, el oficial del sonar. Era un tipo raro. Sonreía mucho y hablaba con todo el mundo en el comedor. Llevaba unos auriculares enormes a los que les había puesto unas pegatinas con palabras que yo no entendía. Creo que estaban en español. Supongo que sería hispano. De donde yo venía no era usual ver hispanos y menos ocupando asientos tan relevantes como el del sonar. No sé si estaba allí porque era bueno o por cubrir las plazas para minorías. Lo miré de reojo y vi que se erguía en su silla, apretándose los cascos en las orejas. Volví instintivamente la vista hacia mis pantallas. Los datos de una de las columnas comenzaron a acelerar su aparición desde arriba, desapareciendo rápidamente por abajo. La otra columna repetía sin cesar una misma línea de datos.

El oficial del sonar y yo gritamos al unísono: “¡Nos han detectado!”

¿Cómo era aquello posible? El “Invisible” había sido construido con una aleación de materiales que absorbían el impacto del sonido y lo hacían imposible de detectar mediante un sonar tradicional. Un submarino equipado con un sonar esférico quizás pudiera habernos detectado, pero tendría que haber estado completamente inmóvil y que el “Invisible” hubiese pasado por delante justo de su proa en una dirección con un ángulo muy concreto. ¡Eso era casi imposible!

Las alarmas lumínicas del submarino destelleaban con mucha intensidad. Molestaban, pero eran necesarias para que todo el personal estuviera disponible para cuando el capitán diera las órdenes oportunas. Todos los marineros y oficiales corrían de un lado para otro. Yo pasaba mensajes a mi teniente y este, lívido completamente, se acercaba al capitán y le decía algo que yo no conseguía oír.

De repente, el oficial del sonar se levantó de su asiento, miró directamente al capitán y dijo con voz muy seria: “Señor, están abriendo las compuertas de sus misiles”. Se hizo el silencio. El capitán pareció sorprendido, pero comenzó a dar muchas órdenes a sus oficiales ejecutivos. Vi sentarse al oficial de misiles en su silla. Todos hacíamos nuestro trabajo, pero fue demasiado tarde.

Una fuerte sacudida nos sacó del trance. Explosiones diversas. Las luces iban y venían en el megasubmarino…

Aquí y ahora, flotando en medio del mar, herido y sin entender qué ha podido pasar, siento frío. Durante horas he escuchado algunos sollozos, incluso gritos, pero ya no escucho más que el ruido del agua y el castañeteo de mis dientes. Oigo un sonido familiar y miro hacia arriba. En el cielo, bajo los claros y nubes, diviso una gaviota que planea sobre el humo y todos los restos de personas y cosas diseminados por doquier. Una gaviota me sobrevuela sin ningún interés en mí, en mi estado, ni en este infortunio. Solo veo una gaviota justo antes de cerrar los ojos…

 

Relato corto original escrito por Laube Leal

 

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6 Comentarios

  1. meredes

    Buenos días preciosa.
    Aquí me tienes en el descanso de la mañana y leyendo tu nuevo relato.
    Como siempre, me encanta como escribes aunque lo encuentro algo triste, como la vida pero triste.
    No sé si es demasiado atrevimiento pero mi moraleja es que no hay nada ni nadie invisible, siempre hay algo que te delata o un momento en el que bajas la guardia y zas, ya te han visto, jeje, no me hagas mucho caso, últimamente estoy como ti gaviota, en las nubes.
    Pasa un bonito día. Bss

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    • Laube Leal

      Es una manera de decirlo muy acertada, Mercedes. Es verdad que es triste, pero la vida no siempre termina como querríamos, ¿verdad? En este caso, según yo lo veo, donde las dan, las toman y hay que estar preparado para recibir lo que se dio o se iba a dar. Si nada nos importa, ¿por qué íbamos a importar nosotros a alguien? Yo también soy un poco “persona en nube”.

      Besitos, reina. Buenos días.

      Responder
  2. Natalia

    Laura me siento a tomar un té y comienzo a leer… y en un instante me meto cual abducción extratesrretre en aquel joven recien licenciado, incluso llego a sentir su desinterés y un poco de frialdad cruda con lo que piensa acerca de las personas que mueran y su poca responsabilidad en ello,.. que entró a ser esa otra parte que lo debate un poco en medio de su frialdad de pensamiento. (Será porque hace unos días me vi La sal de la tierra y quede tan sensibilizada con aquel documental de Wim Wenders.. y es que soy sensibilidad a flor de piel). Me imagino aquel megasubmarino como si ilustrará en mi mente en medio de la oscuridad de las profundidades del mar; invisible, gigante, apoteósico, inquebrantable, indestructible… luego viendo su cuarto, tal vez los camarotes donde duermen y sentado junto al hispano que lo acompaña a su lado en aquel turno y de repente….. aquella indestructible mega construcción tan omnipotente como el Titanic, en cuestión de segundos tan vulnerable como cualquier chiquillo en manos de su madre, llego a sentir y a ver las caras de asombro de cada miembro que perteneció al Invisible y en solo segundos destruido…
    Pues es una historia bellamente contada, un poco cruda pero tan real, tan mágica y tan humana como la vida. Muchas veces nos creemos tan invencibles, con tanta arrogancia y egos que desbordan las miradas, que se pierde la humildad y la idea de lo vulnerables que somos, a veces parecemos endiosados que no cabemos en el mundo… y fíjate tu… como terminan la gran mayoría de cosas. Y al final solo nos damos cuenta de esas cosas sencillas, que antes ni mirábamos y tristemente solo al final lo entendemos y vemos lo pequeño que somos, lo vulnerables ante la naturaleza y el mundo. Donde la vida da muchas vueltas a veces hoy estamos acá y mañana no sabemos ni cómo ni donde. Un bello retrato para poner los pies en la tierra.
    Un beso

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    • Laube Leal

      Natalia, así es. Lo expresas perfectamente. Yo creo que es justamente esa arrogancia tan típica en el ser humano la fachada más grande para ocultar nuestra total vulnerabilidad ante la madre Naturaleza. Y es que cuando somos jóvenes más poderosos creemos que somos y menos parece importarnos todo. Hasta que la vida nos da los primeros tortazos o el tortazo definitivo, como ha sucedido en este caso.

      Siempre me han gustado las historias humanas, donde todos somos simplemente eso: humanos. Ni somos buenísimos, ni somos demonios. Solo personas intentando resistir en un mar frío, oscuro y, a menudo, vacío. Hasta que nos sobrevuela una gaviota y, en algunos casos, es la última que vamos a ver.

      Muchas gracias por interesarte. Me gusta que te guste.

      Besitos

      Responder
  3. Eniko Ostafi

    Llevo un par de semanas con insomnio. Al principio por lo menos me dormía a las 6-8 de la mañana y me despertaba a mediodía, pero desde hace unos días, 3-4 me despierto cada vez más pronto. Mis horas de sueño se reducen con velocidad que mare.. Y aquí estoy leyendo tu relato. Aal mismo tiempo que leía, las imágenes pasaban en mi cabeza, como una picula, porque estos cuentos, escritos con talento me hacen hasta soñar con los ojos abiertos.
    Mi primera #enistory esta en IG, verás, Laura, nada pretencioso, pero si, una vez fue muy real. Si te acercas a leerla, gracias de antemano.
    Un saludo
    Eni

    Responder
    • Laube Leal

      “Enistory”, ¡me encanta! Voy a ver.

      Oye, eso del insommnio es un mal rollito. Algo te ronda el coco.

      Besitos, reina. ¡Dulces sueños!

      Responder

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