No sabía nada y lo creía saber todo. El mundo era un gigante al que había que morder, darle una dentellada, arrancarle un pedazo de su existencia. Miraba a través de la ventana, mientras las mates adormilaban a la mayoría. Soñaba despierta, cruzando al otro lado de las paredes de esa escuela rural. Me aburría. Me asfixiaba. El sopor era agobiante. El sonido de las cigarras al calor del mes de junio me exasperaba y quería gritar. ¡Estoy aquí! ¡Existo! ¡Que alguien me lleve!
—Señorita Esperanza, ¿está usted ahí? —un estruendo de risas no se hizo esperar. Todos los compañeros despertaron de golpe y aprovecharon para soltar gruesas carcajadas.
—Sí, sí que estoy aquí —farfullé con la cabeza gacha.
—¿Va usted a prestar atención durante lo que queda de clase?
—Lo intentaré, señorita.
—No lo intente y hágalo —dijo la profesora de Matemáticas elevando el tono al tiempo que tocaba cariñosamente mi cabeza despeinada —. Quedan pocos días para finalizar el curso. Luego podrá soñar con bravos molinos a los que derrotar, si lo desea. Le sobrará tiempo para ello durante todo el verano.
“Todo el verano”. Hizo mucho énfasis en “todo el verano”. Ella sabía muy bien que el verano se me haría largo en este pueblo perdido en las llanuras. Le habían dado el trabajo en marzo, casi por casualidad, después de morir papá. Tuvo que aceptarlo, aún a sabiendas de que ni ella ni yo íbamos a disfrutar mucho de ese calor, de las cigarras, de “nada que hacer”, sin amigos, sin el barullo de la ciudad, ni el cine, ni… Yo no le podía recriminar nada. Ella hacía lo que podía para sacarnos adelante a las dos. Estábamos solas y en este pueblo había hallado un trabajo. Era un buen trabajo, con un horario envidiable que le permitía seguir escribiendo, su auténtica vocación; un buen sueldo y una sencilla pero bonita casa cedida por el Ayuntamiento.
Volví a girar la cabeza hacia la ventana y allí lo vi. Sonreí y salivé. No todo es malo en este pueblo, pensé para mis adentros e intenté concentrarme en las Matemáticas.
La clase terminó, recogí mis cosas y salí corriendo al galope junto con el resto de los compañeros, no sin antes mirar a mi madre, que me guiñó uno de sus preciosos ojos verdes enmarcados en espesas y oscuras pestañas. Corrí a toda velocidad y llegué hasta él. No era muy alto, pero sí majestuoso. Solté la cartera y lo abracé. El abrazo fue breve, pues pronto me lancé, sin tregua, hacia las ramas más bajas para alcanzar esas dulces y crujientes frutillas que tanto me gustaban.
—¿Sabes…? —le dije al árbol con la boca llena—. Este pueblo no debe ser tan malo si tiene un cerezo como tú.
Precioso Laura…¡cerezas,picotas,!estaria horas comiendo y comiendo como si no hubiera nada mas que hacer…relato muy acorde a la epoca del año que vivimos….VERANOOO!!!(para algunos,claro!!!jajajaja)….Que tengas un buen fin de semana amiga…a mi me queda aun unos pocos dias para volver a ser libre(por unos pocos dias mas…aiiinnnsss)
Venga, que en breve… ¡Vacaciones!
Unnn, es muy lindo el relato… y sabroso.
Qué facilidad tienes para escribir, jodía 😉
Gracias, Sonsi. Me alegra que te haya gustado.
Escribir es de las cosas que más me gustan “en el mundo mundial”. Más que hablar, incluso. jajajajaja
Besitosssssssss
Todos los pueblos tienen algo bueno. En este, nuestro pueblo virtual, tú nos refrescas con tus aportaciones como fruta fresca de temporada.
Gracias amiga Laube
Así es. Todos los sitios tienen su “cerezo”, ¿verdad Fernando?
Un beso
Laura desconocia esta faceta en tí. Me ha gustado el relato cortito pero hace que te intereses en el y al final hasta tiene su moraleja. Tienes mucha sensibilidad. Un abrazo
¿Ahh, no? ¿Y eso? Pues suelo publicar algunos relatos. Fíjate en la etiqueta “relatos cortos”. Ahí verás varios.
Gracias Francisca.
Muy bonito, Laura, vaya facilidad para escribir……
Un fuerte abrazo..
Besitos.
Gracias Carmen. Ya sabes cómo se me va la imaginación… 😉
Besitos
Precioso Laura, me recuerda a mi niñez, al verano en casa de mi abuela, a la recogida de las guindas, no estaba en clase ni aburrida, pero teníamos guinderos para aburrir, jajaa y nosotros debajo cogiendo todas las guindas que caían y las mejores de los barreños!!
Me ha encantado!!
Besotesss
No sabía que tenían ustedes guindos. ¿En Teror? Desconocía que se diesen en la zona y me has dado una idea.
Gracias Tere.
Un besote
Un relato precioso, Laura. Un abrazo de domingo.
Gracias querido Javier.
Lo del abrazo de domingo intuyo qué puede ser. 🙂
Besitosssssssssssss
Muy bonito Laura. Otra faceta a profundizar, la de escribir, Con tantas habilidades que tienes, te será difícil elegir a cual dedicarte en cada momento… Y todas las haces bien…. Cocinar, fotografiar, enseñar y escribir… A ver cuál es la próxima que descubro amiga renacentista… Un abrazo.
jajajajaja Supongo que es la razón por la que tardé tanto en decidir lanzarme a esta aventura. Siempre me ha gustado hacer cosas muy distintas y siempre lo hice por puro gusto. No obstante, ahora siento que estoy en el camino que debo estar.
Gracias Esther. Me alegra que te haya gustado.