Miles de fotografías de alimentos se suben diariamente a las redes sociales. Es un hecho incontestable. Cientos de miles de personas miran sus platos de comida o las frutas y verduras de los mercados locales con un interés que va más allá del puramente alimenticio. Es una realidad que podemos comprobar cada uno de nosotros. Vayamos donde vayamos lo vemos. Pero, ¿de dónde surge este interés? ¿Es una moda pasajera o es un gusto inherente al ser humano?
Si nos trasladamos al pasado más remoto, podemos ver que los primeros seres humanos intentaban reflejar en sus pinturas actos connaturales a nuestra especie: cazar, pescar, domesticar, hacer fuego, cocinar, cuidar de los hijos, etc. Se buscaba dejar constancia de la vida, algo de lo que el arte sabe mucho. Con el tiempo, con la especialización de las tareas y con la sedentarización, los humanos comenzamos a fijarnos en algo más que en las actividades propias de la supervivencia y aparecieron el pensamiento abstracto (que originó la ciencia) y la contemplación de la belleza (las artes).
A grandes rasgos, simplifico un proceso; lo sé. Pero lo que pretendo inferir es que el ser humano, una vez asegura su supervivencia y la de su especie, comienza a mirar hacia el infinito, hacia las estrellas, hacia la belleza de las cosas que le rodean, sin el impulso de la necesidad fisiológica, sino simplemente compelido por inquietudes personales, más individuales que de grupo. El mundo del arte se abre paso en cada uno de nosotros de diversas maneras. Miremos la sociedad pretérita que miremos, el arte forma parte de ella. Los humanos necesitamos reflejar nuestras pasiones, sea con arcillas en las paredes rocosas de unas montañas, sea con finos pinceles en delicadas sedas e incluso con artefactos como las cámaras fotográficas actuales. Y la comida es una de nuestras grandes pasiones, aunque haya quien la considere trivial y de segunda categoría.
El Mundo Antiguo está lleno de manifestaciones artísticas donde los alimentos tenían un papel protagonista: las ánforas y vasijas con comida, las paredes de las tumbas, los papiros y la casi totalidad de los templos del Antiguo Egipto; las pinturas en las que se sacrificaban animales para el consumo y algunas esculturas donde alguien escanciaba vino en una copa o se comía unas uvas, en la Antigua Grecia; el gusto por el vino en la Antigua Roma (Baco); etc. En el Medievo, el interés por la gastronomía que reflejaba el arte de la época no cesó, pero es en el Renacimiento cuando cobra un papel esencial. «La última cena» de Leonardo da Vinci o «La Bacanal» de Tiziano son grandes obras dedicadas a la comida, entre otras cosas. Los siglos XVII y XVIII marcan un punto de inflexión, gracias especialmente a la temática llamada «bodegón», «naturaleza muerta» o, en inglés, «still life» que pugna por un puesto relevante en el Barroco. Según la Wikipedia,
Un bodegón, también conocido como naturaleza muerta, es una obra de arte que representa animales, flores y otros objetos, que pueden ser naturales (frutas, comida, plantas, rocas o conchas) o hechos por el hombre (utensilios de cocina, de mesa o de casa, antigüedades, libros, joyas, monedas, pipas, etc.) en un espacio determinado. Esta rama de la pintura se sirve normalmente del diseño, el cromatismo y la iluminación para producir un efecto de serenidad, bienestar y armonía.
Luis Meléndez, bodegonista español, aunque nacido en Nápoles es, quizás, uno de los baluartes de este género en España y no deberíamos dejar de apreciar su depurada obra. Sin embargo, destacaría a los pintores flamencos de esta época barroca en lo que a bodegones concierne y en una de sus pintoras menos conocidas y más técnicas: Clara Peeters, que ya conocemos sobradamente de la primera escala de #eljuegodelverano. Gracias al Museo del Prado, esta insigne artista ocupará el lugar que merece en la galería de artistas flamencos y bodegonistas.
El impresionismo dio lugar en el siglo XIX a unos bodegones más luminosos y llenos de colores pastel, más caseros, más sencillos (Cézanne) y, en la actualidad, continuamos admirando a numerosos artistas que siguen entusiasmando al público con sus obras donde la comida y los alimentos son protagonistas. ¿Nos sorprendería saber que Picasso reinterpretó este género pictórico y lo acopló a su estilo? Pues lo hizo y muchos de sus cuadros responden a la temática «naturaleza muerta». Me gustaría destacar, por gusto personal, a Jorge Dáger, un pintor venezolano actual que realiza unas obras de bodegones hiperrealistas que son increíbles.
La fotografía de gastronomía es una hija natural del bodegón, aunque ambas conviven en la actualidad y no tienen por qué reñir entre ellas. La fotografía gastronómica, no obstante, y desde mi punto de vista, ha sobrepasado el concepto de bodegón en sentido estricto, tal y como lo describe la definición de la Wikipedia, circunstancia que podemos apreciar en las redes sociales. Instagram y Pinterest dan muestras evidentes de ello, aunque también lo hace en distinta medida Facebook. Una fotografía gastronómica hoy en día es algo mucho más variado y complejo que un clásico bodegón pictórico, ¿no creen?
En conclusión, la fotografía gastronómica se ha convertido en una temática importantísima dentro de la fotografía, compitiendo, cada vez más, con géneros como el retrato o el paisaje. Cada día más fotógrafos le prestan atención a esta manifestación artística que no acaba de llegar ni va a marcharse, aunque algunos se empeñen en relegarla a un género menor o a menospreciarla. En mi humilde opinión, la fotografía de alimentos es tan humana y pasional como lo es un retrato o un paisaje. Responde a la admiración y a la contemplación de la belleza que nos circunda y, en consecuencia, no es ni trivial ni flor de un día.
Menuda foto preciosa!
Gracias, Victoria. No es difícil. Esta, en concreto lleva una edición determinada para lucir tan «negrita». 😉
Muy interesante Laura, ahora que intentó fotografiar la comida, presto más atención a los bodegones, en los que poco me había fijado.
Los bodegones son una fuente de trabajo muy buena para quienes disfrutamos fotografiando comida y alimentos en general. De hecho, hay fotógrafos gastronómicos que son bodegonistas maravillosos.
Me alegra que te haya interesado, Esther. 😉
Me encanta, Laura!!! Superinteresante. Aparte de las fotos que hago para el blog, siempre que puedo hago fotos a cosas raras que me llaman la atención. Raras en el sentido de, por ejemplo, busco la esquina de un libro, la forma de una patata, el tronco de madera de un árbol,… una forma, un color,… Me gusta hacer fotos a las cosas simples y que para mí son bellas. (Oye, mí lleva ahí acento o ya se lo han quitado también… ¡Ay, madre!,… jajaja). Besitos, preciosa!!!
jajajajajaja Lleva tilde, la lleva. A ese no se la han quitado. jajajaja
Haces muy bien en experimentar con las formas, texturas y colores de los alimentos. Es una fuente inagotable de ideas. Al igual que tú, las cosas simples, lo cotidiano es mi campo de inspiración.
Buen finde Patri.
Como dices, llegó para no marcharse. Es tan importante la fotografía gastronómica que mueve lo que no está escrito.
Estas guindillas dicen «cómeme» y es reflejo de todo lo que nos cuentas, pura pasión!!!
Besotes hermosa!!!
Muy cierto, Teresa. El interés del arte en la gastronomía es enorme y no se va a ir jamás, pese a quien pese.
Muaccccccccccc
Qué buen recorrido histórico ! Casualmente con uno de mis grupos de estudiantes estamos trabajando el barroco español. ¡Me llevo varias y grandes ideas de este post, Laura!
Bs.
Me encanta que pueda servir para darte ideas, Silvia. El arte es una de mis pasiones y de él se puede obtener mucho conocimiento del ser humano. Este post es un poco una caja de muchas cositas que bullían dentro de mí desde hace tiempo y he querido plasmarla de manera muy resumida, claro. 😉
Besitossssssssssss
Hola Laura, ahora que por fin empiezo a tener un poco de tiempo libre voy a retomar el mundo blog y a hacer cosas que tenía pendiente, tal y como.leer tus entradas de fotografía culinaria, a ver si aprendo algo jeje. Sigo por aquí, a ver si me empapo de tu sabiduría. Un besote!